Un joven caleño nacido el 8 de agosto de 1982, el mayor de tres hermanos y un soldado de la patria protagoniza esta triste y dolorosa historia, una de las tantas de este tipo que manchan con sangre las páginas de la “novela” (que muchas veces parece de ficción) de Colombia. Manuel Alejandro Castro Patiño tenía 20 años de edad cuando fue secuestrado en la vereda La Arroyuela en Cajibío, Cauca, donde vivía su familia en ese entonces. Él, al igual que cientos de miles de colombianos le fue arrebatado por la fuerza a su madre y hermanos, con los que compartía unos días de descanso y permiso del servicio militar obligatorio que estaba prestando. El 20 de septiembre de 2003, día de su secuestro, llevaba ya 10 meses prestando el servicio, una decisión que él mismo quiso asumir como una experiencia de aprendizaje para su vida. Tan solo le faltaban dos meses más para acabar y poder regresar a su hogar cuando fue privado de su libertad por un grupo de siete hombres y una mujer pertenecientes a las milicias bolivianas de la Jacobo Arenas de las FARC, al mando de Guillermo alias “pequeño”.
Su madre, Mariela Patiño, cuenta como irrumpieron en su finca abruptamente y sin piedad alguna se llevaron a su muchacho, argumentando que debían investigarlo por pertenecer al ejército de Colombia. Hoy, al igual que muchas otras madres hace parte activa de la lucha contra el secuestro, y es vocera de la Asociación de Secuestrados y Desaparecidos de Colombia. Ha participado en manifestaciones y caminatas en Cali, junto con más familias de militares, policias y civiles secuestrados; esto para exigir la liberación o incluso alguna información sobre el paradero de sus hijos, nietos, hermanos, primos, padres y abuelos que hoy en día se encuentran internados en la selva y lejos de sus hogares. Después de ese 20 de septiembre, Mariela Patiño ha esperado ya 10 años y casi dos meses sin saber ni una sola noticia del paradero o la suerte de su hijo. Ha intentado contactarse con alias “pequeño”, y en las pocas ocasiones en las que lo ha logrado solo ha recibido burlas y sarcasmos. Se extraña y no admite que las FARC diga que no tienen a ninguna persona secuestrada, pues ella asegura que este comandante fue el hombre que irrumpió en su casa en pleno desayuno familiar y se llevó a su hijo, dejándola impotente y desolada. Ahora solo espera saber… saber algo, cualquier cosa. Si su hijo vive, quién y donde lo tiene y claro, por qué no, también espera que vuelva con ella y pueda cumplir si sueño de ser agronomo, o estudiar medicina como lo había planeado antes de su captura; pero lo más importante, que pueda volver a tenerlo cerca y recuperar el tiempo perdido.